martes, 28 de agosto de 2012

Lluvia.

Estaba llegando bastante tarde al trabajo porque me habían dado ganas de extender 20 minutos más la charla de desayuno con mi amiga, entonces caminaba apurada. Llovía un montón, encima con mucho frío. Las veredas en Almagro son angostas y yo iba con mi súper paraguas (Nota: Llovía y yo tenía paraguas encima, me pasó tres veces en la vida COMO MUCHO), a 20 metros venía caminando una mujer que también llevaba uno. Me tiré a la derecha para dejarla pasar, y ella hizo lo mismo al mismo tiempo. Me fui para la izquierda, y ella también. Todo esto a 20, 15, 10 metros porque no nos queríamos chocar. Al ver esta coreografía medio improvisada bajo la lluvia que estábamos llevando a cabo, levantamos la vista y nos miramos. Yo seria, ella me sonrió. Yo le sonreí.
No la conozco, no sé ni el nombre ni su historia, ni por qué iba caminando por ahí, pero esa sonrisa me cambió la mañana porque me hizo pensar en cuánto nos hace falta.
Me sonrió en la calle y no me conocía, yo iba enculada porque llegaba tarde pero ella hizo que se me pase.

Aunque si me la vuelvo a cruzar no la voy a reconocer, le tengo que agradecer porque no había pensado en lo mucho que nos necesitamos.